LUCÍA SE EXPLORA MIENTRAS ME SATISFACE
Respirábamos entrecortadamente. –Pasemos a la siguiente escena –Dijo Lucía. –Por ahora está siendo un guion bastante clásico.
–Me gusta lo clásico –contesté. –Pero si prefieres algo más experimental adelante, no tengo problemas. –Continué rápidamente al intuir un ‘otro más’ en su cara.
–Para ser nuestra primera vez sigamos no me parece mal ser algo “convencionales”, pero vamos a introducir algún ‘giro’ de guion.
–¿Giro de guion?
–Tranquilo Don Experimental, hoy no nos comprará el guion Lars von Trier. Hazme un favor. Abre el cajón de la mesita de tu derecha. Verás un pequeño frasco azul oscuro, cógelo. ¿Ah? y coge también un condón.
Mierda. El barco, los preservativos. Ganando puntos David, ganando puntos, pensé mientras abría el cajón de la mesita. ¡Pero qué coño! Ese pequeño cajón estaba repleto, rebosante, de todo tipo de juguetes. Varios dildos de diferentes tamaños, colores, texturas. Un par de plugs anales de tamaños diferentes. Un par de botes, uno de ellos azul, que intuí debían ser lubricantes, y preservativos, bastantes preservativos.
Me ceñí al guion y cogí el bote azul (o al menos el que intuía que debía ser) y un condón.
–Es la mesita de Mirka, no le importará que usemos parte del atrezo que utiliza en sus performances. –Puntualizó, seguramente tras ver la cara de atónito que se me había quedado.
Mi mente había estallado. Constantes imágenes de Lucía y mías empleando ese variado utillaje me invadían. Intentaba reponerme. Mi excitación no hacía más que crecer, cuando creía que ya había llegado a su límite.
-Ven. Ayúdame a quitarme la braguita.
Obedecí. Su lesión limitaba algo su movilidad. Me arrodillé y le quité la ropa interior. Su bello sexo apareció delante de mi cara. Un pronunciado monte de venus era el prólogo de un bonito clítoris flaqueado por unos pequeños labios vaginales que en armoniosa perfección arropaban su excitada y húmeda vagina.
Mi primer instinto fue lamer, lamer todo ese delicado y maravilloso engranaje. Apenas mis labios pudieron tocar su clítoris su mano cogió mi cabeza por detrás y la empujó fuertemente hacia su pubis. Noté como su cuerpo, sus abdominales se contraían de placer.
Apenas había empezado a saborear sus jugos cuando me levantó e hizo que me pusiera de pie. Me besó compartiendo el sabor de mi boca.
–No, así este guion no tiene giros. Espera. –Se puso a cuatro patas encima de la cama. Justo a sus pies. Su perfecto culo revelaba ese pequeño y prominente ano que había intuido anteriormente. La belleza de la escena se grabó en piedra dentro de mí.
–Quiero que me lamas, que me comas el ano. Puedes bajar un poco, y comerme algo el coño, pero céntrate en mi culo y déjame esa zona a mí. Antes de empezar ponte el preservativo y no habrá parones innecesarios.
De nuevo obedecí. Su control de la situación me excitaba, me hacía sentir relajado. Estaba disfrutando del momento, del perfecto camino que ella tenía planeado en su mente.
Empecé con cierta desobediencia a lamer, chupar, succionar su vagina. Quería empaparme de sus flujos antes de empezar con mi cometido. Mi legua empezó a competir con los dedos de Lucía, que hábilmente introducía en su vagina. Su mano se desplazaba rápidamente entre su clítoris y vagina. Masajeando, excitando sus puntos más secretos. Esa era ‘su zona’, así que tras mi pequeño escarceo de pupilo rebelde me centré en mi cumplir con mi desempeño.
Empecé lamiendo su ano y todo su perímetro. La saliva brotaba de mi boca salvajemente. Pronto la gravedad hizo que como una lenta cascada inundara el perineo de Lucía y acabara conjugándose con el flujo de su vagina. Introducía poco a poco mi lengua dentro de su ano, cada vez con mayor frenesí, centrando todos mis esfuerzos en llenarlo con los fluidos de mi boca. Gemidos entrecortados y un movimiento cada vez más pronunciado de su pelvis me confirmaban que iba por el buen camino. Progresa adecuadamente.
Levantaba la cabeza para deleitarme viendo brotar la saliva del ano de Lucía mientras introducía mi dedo índice. Primero apenas uno o dos centímetros, conforme la relajación y dilatación acrecían profundizaba un poco más. Era increíble ver como ese pequeño orificio se iba dilatando sin apenas resistencia, y sobre todo la forma en que Lucía estaba disfrutando de ese momento. Sus movimientos cada vez más frenéticos, sus jadeos cada vez más vivos, su masturbación cada vez más acelerada, más profunda e intensa.
Intensifiqué el ritmo y profundidad de mi penetración. Lucía levantó la cabeza y en un escorzo miró mis ojos. Su cara irradiaba un carnaval de placer. Con cada percusión de mi mano un gemido cada vez más audible salía de su boca. Entre jadeo y jadeo se mordía sus labios. Gotas de sudor empezaban a acumularse sobre su espalda y frente. La parte baja de su melena empezaba a humedecerse con el sudor de su cuello. La lascivia me invadía. Empecé a masturbarme.
–Ya estoy donde quería. Penétrame. –Lucía había andado el camino suficiente para colocarse a mi lado. Dos meses de sequía traerían rápidas precipitaciones.
Pensar en una sesión de sexo anal me parecía de otro mundo. Era novicio en esos menesteres y siempre he fantaseado hasta el infinito con esta práctica. Acerqué mi pene a su pequeño orificio y apreté ligeramente.
–No cariño, hoy no me he preparado para esto. Diviértete un poco más abajo. –Dijo Lucía. No sabía qué significaban en su totalidad esas palabras, pero mi mente rápidamente proceso dos mensajes. Luz roja. Dirección prohibida. Te has venido demasiado arriba chaval. Hoy no. Joder, si hay hoy existe el mañana. Pensar que podría sumergirme con Lucía en una sesión de sexo anal elevó la lubricidad del momento a cotas impensables.
Sin dudarlo introduje mi pene en su sexo. Su vagina estaba relajada, perfectamente lubricada después de toda la sesión de masturbación a la que Lucía la había sometido. Bastaron apenas dos o tres percusiones para que la base de mi pene chocara con sus glúteos. A partir de ahí empecé a acelerarme. Demasiada lubricidad metida a presión en mi cerebro. Mi ritmo cada vez era mayor, más acelerado. El sonido de mi pene al entrar en su vagina removiendo y haciéndose hueco entre toda su humedad retumbaba en la habitación. Los jadeos de Lucía coronaban la sinfonía. Mi pene transmitía una infinita sensación de placer a mi cuerpo. Notaba cada centímetro, cada milímetro que se introducía, rozaba y acomodaba en su maravilloso sexo. Sus movimientos y los míos se habían acomodado, sincronizado. Notaba como las primeras gotas de mi esperma impacientes se apresuraban por salir, por estallar.
Lucía paró de moverse, apretó su culo contra mi pelvis impidiendo que pudiera seguir con mi frenético ritmo. De nuevo su diapasón interior volvía a imponerse.
–Despacio. Espera un poco. Aún no hemos salido de lo ortodoxo. Espera y verás. –El tono relajado, sensual, con el que Lucía me preparaba para la siguiente escena casi hace que eyaculara todo mi ser. Tuve que darme unos segundos para recomponerme. Hice tremendos esfuerzos para contener mi catarata de esperma que se arremolinaba en mi pene.
–Mírame, tranquilo. Queda lo mejor. –Empezaba a controlar de nuevo mi respiración, a ser dueño de todo mi cuerpo.
Lucía cogió el frasco azul que le había dado unos minutos antes. Presionó repetidas veces su cabezal y embadurnó su mano izquierda de un brillante y espeso líquido. Me dio el frasco. Mi pene permanecía dentro de ella.
–Toma, lubrica bien mi culo. Usa todo el que quieras.
Apreté el cabezal del frasco un par de veces y vertí su contenido sobre mi otra mano. Era un lubricante con un tacto muy sedoso, espeso y sedoso. Empecé a extender el viscoso elemento de mi mano por su ano, por su perineo, sus glúteos, que empezaron a brillar lúbricamente a la tenue luz de la noche que entraba por la ventana.
Las siguientes descargas fueron directamente del frasco a su piel, a su ano. Muy al principio suavemente, y luego de forma acelerada empecé a introducir uno y dos dedos en su orificio. Poco a poco Lucía volvió a mecer sus caderas, haciendo que mi pene entrara y saliera de su vagina lenta, suavemente. Su erección era idéntica a la de hacía unos instantes, no había perdido nada de fulgor. Estaba penetrando a Lucía vaginalmente con mi pene y analmente con mis dedos índice y corazón, elevando mi excitación al punto de no retorno, cuando de repente la mano de Lucía cogió la mano con la que la penetraba. Instintivamente mi reacción fue sacar mis dedos, pero ella lo impidió. Introdujo con decisión mis dedos en su ano al mismo tiempo que con su mano excelsamente lubricada introducía otros dos dedos suyos y cogía el resto de mi mano. Empezó a marcar, a imponer su sinfonía. Los cuatro dedos de nuestra mano se introducían profundamente al tiempo que mi pene retrocedía de su vagina y viceversa. Era una armónica y perfecta coreografía.
NdA. Este texto es un extracto del Capítulo 5 de la Novela AZULAZULAZUL, que publico semanalmente en Substack.
Una respuesta
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