Mis odiosas hijastras (3)
Ese fin de semana se estaba tornando ya no extraño, sino retorcido. Desde el clima inusualmente violento, pasando por la infidelidad de mi mujer, hasta el enfrentamiento con Valentina, y finalmente el manoseo que sufrí saliendo de la sala de luces. En efecto, alguien había abusado de mí, cosa que estaba muy lejos de hacerme sentir indignado, sino más bien intrigado.
Sin embargo, la enorme sorpresa que me produjo el hecho de que una de mis hijastras me había magreado la verga, que además en ese momento se encontraba, casualmente, totalmente erecta, había tenido el efecto de que no pude reaccionar con la suficiente rapidez ni vehemencia como para deducir de cuál de ellas se trataba. Cuando por fin me recuperé de mi estupefacción, me acomodé el miembro nuevamente, para ocultar todo lo que podía su dureza, y me dirigí, tanteando, hasta la sala de estar. Maldije mi suerte. La culpable se había movido con rapidez y agilidad y ya ni si quiera escuchaba sus pasos. Si pudiera identificar a quien me había abordado en la oscuridad, podría concretar mi venganza contra Mariel. Me cogería sin dudarlo un segundo a esa pendeja atrevida que me había provocado y se había arrepentido en el último momento. ¿Por qué mierda no la arrastré hasta la sala de luces cuando tuve oportunidad de hacerlo? Por el momento debía quedarme con la intriga —y con las ganas—.
Cuando llegué al living, estaba todo oscuro. La única iluminación que había era la de las pantallas de los celulares de las chicas, que me mostraban sus localizaciones. Agos estaba al lado de la ventana, y Valentina había vuelto a colocarse en el sofá grande. Luego noté que había una tercera pantalla iluminada. La tenue luz alumbraba el rostro de una chica rubia de ojos claros. Era un rostro hermoso, tan hermoso como el de Agos, salvo por el detalle de que aún conservaba ciertos rasgos aniñados, cosa que no era de extrañar, pues apenas contaba con dieciocho años. Sami había hecho acto de presencia.
Entonces volvió la luz.
—No nos confiemos —dijo Agos, volviendo al centro de la sala de estar—. Con este clima es probable que vuelva a cortarse la luz. Va a ser mejor que ahorremos la batería de los celulares.
—Mierda, a mí me queda solo el cinco por ciento —se quejó Valentina.
—¿Te vas a quedar ahí parado toda la tarde? —me preguntó Agos.
Los seis pares de ojos me miraban con cierta expectación, aunque no pude ver atisbos de culpabilidad en ellos. Fuera quien fuera a la que me crucé en la oscuridad, estaba disimulando demasiado bien. Además, la presencia de Sami me descolocaba por completo, porque hasta el momento no había considerado en la posibilidad de que hubiera sido ella. De hecho, aún me costaba imaginarlo, pero no podía negar que las probabilidades no eran nulas. La fuerte tormenta había camuflado el sonido de los escalones crujir mientras ella bajaba, por lo que tranquilamente pudo haberlo hecho cuando yo estaba en la sala de luces.
Rogando que mi erección no se notara, me fui a sentar al lado de Sami, ya que era el único lugar libre, pues Valentina parecía negada a compartir el sofá con alguien más. Ahí estaban las tres hermanitas. La fina y elegante Agos, la despampanante y mal hablada Valentina, y la tímida y silenciosa Sami.
Prendimos el televisor, para terminar de ver la película, aunque a ninguno le había gustado mucho, y Sami ni siquiera la había visto desde el principio. Las chicas hablaban entre ellas cada tanto, y yo me sumí en mis pensamientos. Una de ellas me había acariciado la verga hacía apenas unos minutos. Una de ellas sentía una atracción hacia mí lo suficientemente fuerte como para realizar tal acción. Una de ellas se estaba haciendo la tonta, actuando con total normalidad frente a las demás.
Hice lo posible por capturar alguna mirada subrepticia, algún gesto de nerviosismo, cualquier cosa que pudiera poner en evidencia a la asaltante, pero no noté nada demasiado llamativo como para estar seguro de quién se trataba. Además, sabía que debía tener cuidado, porque en el estado exaltado en que me encontraba, corría el riesgo de malinterpretar cualquier actitud que pudieran tener.
Si bien no tenía ningún motivo concreto que me llevara a ello, de alguna manera Valentina era la que más sospechas me despertaba. De hecho, si tuviera que traducir mis sospechas a números, diría que había un cincuenta por ciento de probabilidades de que haya sido ella. Lo que me impulsaba a llegar a tal conclusión era la manera en que sucedieron las cosas. Es decir, un manoseo sin consentimiento en plena oscuridad… Esa acción deleznable era más típica en los hombres, que solían manosear culos de desconocidas en boliches o recitales, aprovechando el anonimato y la penumbra. Y la que tenía una actitud más varonil, por lejos, era Valentina. Ahora bien, ¿Por qué lo había hecho? ¿Para molestarme? Se me ocurrió que quizás pretendía contarle a su mamá lo que había sucedido, y si yo no le dijera nada antes que ella, quedaría expuesto. Pero no, no podía ser eso. Ese no era el estilo de Valentina, además que de esa manera ella misma quedaría mal parada ante su madre. Otra idea que se me cruzó por la cabeza fue que lo hizo simplemente porque se vio tentada a hacerlo. Siempre había aceptado la atracción sexual que me generaba esa pendeja maleducada, pero nunca había pensado que ella podría sentir algo parecido por mí. Pero ahora no podía descartar esa posibilidad. La miré de reojo. Estaba viendo la película sin prestarle mucha atención, y a pesar de haberse quejado de que le quedaba poca batería al celular, no dejaba de mirarlo a cada rato, y eso que ni siquiera se había tomado la molestia de ponerlo a cargar mientras había electricidad, error que yo mismo había cometido, y que más adelante me recriminaría. Pero en ese momento mi cabeza estaba sumergida en intentar descubrir a la asaltadora. Valen había vuelto a su pose de emperatriz egipcia, y el gesto de desdén que había en su semblante en ese momento le otorgaba un extraño atractivo extra. La calza ceñida que llevaba puesta era demasiado tentadora —su sexo se marcaba de manera desvergonzada—, por lo que tuve que desviar mi vista enseguida. Justo había logrado que comenzara a ablandarse mi verga, pero con solo observar a mi hijastra más díscola había bastado para que comenzara a empinarse de nuevo.
A Agostina le otorgaba un treinta por ciento de probabilidades. Si bien parecía incapaz de realizar esa clase de actos, lo cierto es que no la conocía lo suficiente como para hacer tal afirmación, por lo que cualquier juicio que había emitido sobre ella, eran puras especulaciones. En cambio, el simple hecho de que en ese momento estuviera bajo mi mismo techo, la convertía en sospechosa, ya que forzosamente tenía que ser una de ellas. La idea de que alguna desconocida se había metido en la casa exclusivamente para palpar mi miembro viril era tan improbable como hilarante. Además, la charla que habíamos tenido hacía un rato, en donde se había mostrado sensible ante mi estado de ánimo, me daba mucho en qué pensar. La princesa de la casa tendía a parecer fría y distante, pero hacía apenas unos minutos, justo el día en el que su madre estaba lejos, se había mostrado de una manera muy diferente. Era raro pensar en la posibilidad de que una muñequita perfecta como ella sintiera la necesidad de sentir la dureza de mi pija, pero si no había sido Valentina, todas las fichas estaban puestas en ella.
—¿Todo bien?
Un susurro dulce en mi oído me sacó de mi ensimismamiento. Se trataba de Sami. Me pregunté si había notado que estaba observando con atención a sus hermanas, o peor aún, si había notado mi erección. Apenas había posado la mirada en esas pendejas hermosas por unos segundos, pero si me había pescado en el momento justo, era probable que hubiera notado el brillo libidinoso en mis ojos. Observé de reojo a mi entrepierna. La remera cubría mi verga, aunque se notaba una protuberancia debajo de ella. Solo quedaba esperar que no mirara en esa zona con demasiada atención.
—Todo bien ¿Y vos? ¿No te asustaste por la tormenta? —le dije, también hablando bajo, para no molestar a las otras.
—Un poco… Por eso bajé, y justo se cortó la luz —respondió.
Sami se arrimó a mí. Su pierna estaba pegada a la mía, y su cabeza se apoyó en mi hombro. Eso representaba otra sorpresa en ese día lleno de sorpresas. De las tres, Sami era la más cercana a mí. Era la que mejor se llevaba conmigo, y la única que no había mostrado nunca hostilidad hacia mi persona. No obstante, a pesar de que siempre hubo una conexión entre ambos, no habíamos llegado a intimar demasiado, ya que ella era muy cerrada, según creía yo, debido a su timidez y a su inmadurez. Cada vez que intentaba saber algo de ella, me respondía con frases escuetas, por lo que dejé de intentar penetrar en su personalidad, y dejar de molestarla, pues sabía que cuando un adulto indagaba de más en la vida de un adolescente, tendía a causar un efecto negativo en ellos. En todo caso que hablara cuando tuviera ganas de hacerlo. Por eso me asombró sentir su cabeza apoyada en mi hombro. De todas formas, actué con normalidad —o intenté hacerlo—. Valentina y Agos no parecieron extrañadas por la escena.
De mis tres hijastras, Sami era la única con la que no tenía frecuentes fantasías sexuales. Esto se debía no solo a su edad, ya que apenas acababa de cumplir la mayoría de edad, lo que me representaba cuestionamientos éticos, sino a que, a pesar de ser una chica hermosa, rara vez mostraba su belleza física. Solía usar remeras y pulóveres varios talles más grandes de lo que le correspondía, lo que generaba que su figura se ocultara. Lo único que quedaba siempre a la vista era su hermoso rostro de enormes ojos azules, esos ojos que le daban cierto aire de anime japonés que a mí me volvía loco, pero más que lujuria me generaba ternura.
Sin embargo, tal como dije más arriba, no tenía frecuentes fantasías sexuales con la adolescente misteriosa, de lo que se deduce que sí las tuve en alguna que otra ocasión.
Un día en el que yo volvía del trabajo, cuando todavía no había anochecido, me encontré con la casa casi vacía. Mariel estaba dando uno de sus talleres literarios en un centro cultural de Capital. Agos no estaba, por lo que asumí que se encontraba en lo de Mili. Me di cuenta de que Valentina tampoco se encontraba, pues si estuviera en la casa, su presencia se notaría enseguida. Sabía que Sami había vuelto de la escuela (cursaba el último año), y seguramente estaba encerrada en su habitación, ya que su vida social era muy limitada y no solía salir. Pensaba en ducharme y luego empezaría a preparar la cena.
Pero entonces escuché un grito.
Corrí, escaleras arriba, hasta llegar a la habitación de Sami. Abrí la puerta, sin molestarme en golpear, pues el grito había estado cargado de miedo y desesperación. Rita me había seguido, también llevada por la preocupación, y lanzaba ladridos para avisar que ya iba en auxilio de la chica.
Sobre la cama estaba la pequeña Sami. Se encontraba con el pelo mojado, y el cuerpo húmedo. Por lo visto se acababa de bañar. Lo único que la cubría era una toalla que estaba envuelta en su cuerpito, atada en un nudo a la altura del pecho, que le llegaba hasta los muslos. Sami estaba en la cama, con la piernas contraídas, mirando a un lugar en la pared.
—¡Una cucaracha! —exclamó la chica, señalando un punto invisible.
Me quedé un rato tratando de procesar la información. En mi vida en los barrios bajos del conurbano, una cucaracha era un problema menor, por no decir insignificante. Podría entender tanto escándalo si se trataba de una rata o incluso de una laucha, pues yo mismo sentía asco por esos roedores, pero una cucaracha… De todas formas, traté de entender que se trataba de una chica frágil, que además era la menor de la casa, y durante su niñez seguramente había sido sobreprotegida, por lo que no tenía ni puta idea de cómo lidiar con las situaciones más simples a las que te enfrentaba la vida.
Se había quedado, horrorizada, señalando a la pared, a pesar de que en ese momento el bicho ya no estaba en ese lugar. Rita empezó a ladrar, furiosa, en dirección a donde señalaba la mas pequeña de sus dueñas. Me quité una zapatilla. Busqué al bicho, hasta que lo encontré en un rincón, y lo aplasté.
—Ya está —dije—. Ya pasó.
Vi si la pequeña rubiecita se encontraba bien. No dejaba de resultarme un tanto ridículo que se haya puesto como loca por algo tan insignificante. Su rostro apenas empezaba a relajarse, y todavía conservaba ciertos rastros de horror, sobre todo en sus expresivos ojos, los cuales brillaban por las lágrimas que estaban a punto de salir.
Pero hubo algo que hizo que el incidente de la cucaracha quedara olvidado por un momento. Resulta que era la primera vez que veía a Samanta sin esas prendas que ocultaban su silueta. Si el impacto de ver a Agos con un pantalón ceñido era enorme, observar a Sami casi desnuda era algo que me dejaba sin aliento. No solo tenía curvas pronunciadas, debido a sus caderas, que resultaron ser más anchas de lo que había imaginado, sino que poseía una par de grandes y erguidas tetas. Ahora parecía un personaje de anime, pero de un anime convencional, sino de uno hentai, de esos en donde tipos de mi edad se la pasan sometiendo sexualmente a chiquillas con rostros infantiles y cuerpos sensuales, exactamente iguales al de mi pequeña hijastra. Otra cosa que me resultó muy tentadora fue el hecho de que la toalla la cubriera lo justo y necesario, y en la posición en la que estaba, podía ver sus carnosos muslos húmedos y si me lo proponía, incluso podría haber visto su sexo. Me preguntaba cómo estaría su pelvis. Dudaba que ya hubiera empezado a depilarse. Seguramente tenía una hermosa mata de vello dorado. Se me hizo agua la boca.
No obstante, mi inspección duró apenas un instante —un instante que no me borraría nunca de la cabeza—. Saqué de mi bolcillo un pañuelo descartable, y lo utilicé para agarrar a la cucaracha muerta que había quedado aplastada contra la pared.
—Quedó sangre y pedacitos del bicho en la pared —dijo ella, casi sollozando, todavía imposibilitada de liberarse del impacto que le había generado ver a aquel enorme insecto.
Estuve a punto de decirle que de eso ya se podía ocupar ella misma. Además, me había molestado que ni siquiera me hubiera dado las gracias. Pero en un rapto de lujuria, aproveché eso para estar un rato más a solas con esa preciosura que se encontraba semidesnuda, después de meses de haberme ocultado sus atributos. Lancé a la cucaracha al inodoro y tiré de la cadena. Agarré un trapo, lo mojé y fui a limpiar la pared. Ahora Sami estaba de pie. Un mechón del cabello rubio, lacio, le cubría su rostro. Pequeñas gotitas de agua brillaban sobre sus pechos y sus piernas. Empecé a frotar los restos de la cucaracha, mientras ella se mantenía detrás de mí, como si temiera que otros bichos salieran de la nada para atacarla.
—Gracias. Me salvaste —dijo al fin, cuando terminé mi tarea.
De repente pareció darse cuenta de que no estaba vestida. Se sonrojó, y cubrió sus pechos, cruzándose de brazos.
—De nada —respondí, haciendo de cuenta que para mí, la situación era de lo más normal.
Me dispuse a salir del cuarto, pero cuando estuve a punto de hacerlo, me di cuenta de que ella se había dirigido al armario para agarrar alguna prenda. La miré de reojo. Justo se había inclinado para sacar algo de uno de los cajones. La toalla era tan corta que casi puedo ver su trasero. Pero si bien no logré ver su desnudez, sí pude notar, cuando la tela se adhirió a su cuerpo, que, tal como lo sospechaba, poseía un carnoso y hermoso orto.
Esto había sido una experiencia muy reciente. Había sucedido apenas unos días antes a la tarde de la tormenta, por lo que la imagen que tenía de Sami había empezado a cambiar. Si bien, como dije, debido a su corta edad, me resistía a aceptar la atracción sexual que sentía por ella, y en mis fantasías siempre estaba de protagonista alguna de sus hermanas, cada tanto aparecía en mi cabeza, como flashes, el hermoso cuerpo de Sami, que, además, al ser la más petisa de todas, sus sinuosidades resultaban muy llamativas. Lo que no entendía era por qué una chica tan hermosa como ella se ocultaba en esas prendas holgadas. Y no solo eso, sino que no tenía una personalidad segura, rayana a lo arrogante, como lo tenían sus hermanas mayores. En el caso de Agos podía entender su vestimenta sobria, ya que le permitía mostrar su belleza de manera sutil, resaltando sus virtudes en la medida que lo deseara. Pero Sami nunca mostraba sus atributos, salvo su impresionante rostro, claro está. Incluso el uniforme escolar, al que fácilmente podría convertir en una prenda erótica, tal como lo hacía Valentina cuando aún asistía a clases, ella lo usaba muy suelto, y la pollera le llegaba hasta las rodillas. Pero si nunca fui un experto en mujeres, mucho menos iba a comprender a chicas que eran de una generación posterior a la mía. Así que me di por vencido, conformado con poder guardar ese momento tan estimulante.
Y ahora tenía a Sami pegada a mí. ¿Sería que haber matado a aquella cucaracha finalmente había servido para que nuestra amistad se consolidara? No me vendría nada mal tener a una verdadera aliada en esa casa. Alguien que realmente me apreciara y no tuviera actitudes cambiantes como las otras dos. Pero lo malo era que ahora era yo el que podía cambiar de actitud para con ella, pues ya no me parecía una niña asexuada, como me parecía hasta hacía poco, que la consideraba una especie de oso de peluche, algo que atraía mi atención, pero no de la manera que ahora me sucedía. Y esa maldita erección que no se me iba. ¿Y cómo iba a hacerlo? Estando tan cerca de esas tres pendejas hermosas, y con la cabeza metida en lo que había ocurrido en la oscuridad, iba a ser muy difícil que se me fuera la calentura.
Hice un nuevo esfuerzo por tratar de deducir quién había sido la responsable de mi insólito estado de ánimo, que era una mezcla entre la lujuria, la euforia, el temor y el suspenso. Aunque debía admitir que también había generado en mí la distracción suficiente como para no tener presente la traición de Mariel en todo momento. Y lo que es mucho más importante, tenía la esperanza de devolverle la gentileza a mi mujer de la peor manera posible. Recordé que cuando rocé mi verga con la desconocida, me pareció sentir su cadera. Esto no me decía mucho, aunque Sami y Valu eran bastante petisas, por lo que era probable que, si me pusiera al lado de ellas, la cabeza de mi miembro alcanzaría hasta más arriba de la parte más sinuosa de la cadera. En ese caso Agos parecía la opción más acertada. Sin embargo, todo había sucedido muy rápido, y el tacto podía ser engañoso. Así que no podía contar con que esa deducción fuera correcta.
Entonces recordé que el perfume de Agos era bastante fuerte. Si hubiera sido ella ¿No lo tendría que haber notado enseguida? Pero mientras pensaba en eso me di cuenta de que el perfume de Sami, si bien era más suave, también hubiera sido percibido en ese momento. A mi pesar tuve que reconocer que, si había habido un olor peculiar en el aire en ese momento, no lo había sentido, por el simple hecho de que los sentidos que tenía activados eran la visión, para poder transitar en la oscuridad, y el tacto, al sentir esa mano divina frotando mi verga. Los demás sentidos estaban prácticamente apagados.
La película terminó sin pena ni gloria. Ahora me encontraba con que estaba en el mismo espacio con las chicas, y sin la televisión de por medio, el nerviosismo empezó a ganar terreno, aunque lo mantuve a raya. Vi la hora en el celular. Todavía faltaba mucho para tener que empezar a preparar la cena, así que me las tenía que arreglar para pasar el tiempo con esas pendejas que me empezaban a volver loco. La certeza de que podía cogerme a una de ellas me generaba mucha alegría y ansiedad. Para colmo Sami seguía encima de mí, aunque por suerte había dejado de apoyar su cabeza en mi hombro.
—Increíble cómo se viene el cielo abajo —comentó Agos—. Y dicen que va a estar así todo el finde.
Lo cierto era que el clima hacía que la sensación de estar bajo el mismo techo que ellas tres se hiciera mas intenso. Como si no tuviera otra alternativa mas que estar ahí, cosa que de hecho no solo era una sensación, sino que, de momento, era literalmente así. Sentí que el celular vibró en mi bolcillo. Me había llegado un mensaje de Mariel. El corazón me dio un vuelco. Había estado tan metido en la posibilidad de cogerme a una de mis hijastras, que casi me había olvidado del pésimo momento que me había hecho pasar la zorra de mi mujer. Pero entonces también caí en la cuenta de algo en lo que todavía no había pensado. ¿La que me mandó las fotos que ponían en evidencia a mi mujer era la misma que me había tocado la verga? Tener la respuesta de eso no me serviría de mucho, ya que la atacante continuaría en el anonimato. Pero había un detalle que me hacía ver todo de manera diferente, ya que, si efectivamente se trataba de la misma persona, probablemente aquel mensaje no había sido enviado para hacerme daño, ni para instarme a irme de la casa, sino simplemente para hacerme ver que mi pareja me era infiel. Una especie de favor. Nunca lo había pensado de esa manera, pero en esa tarde demencial, las teorías que en otros momentos parecerían improbables, ahora resultaban totalmente factibles.
—¿Es mami? —me preguntó Sami, con su voz susurrante.
—Sí —respondí. Y después, cayendo en la cuenta de que no tenía ni un poco de ganas de escribirle a mi mujer, coloqué el código de desbloqueo, y le ofrecí el celular a la menor de mis hijastras — Contestale vos —dije.
El mensaje que había enviado Mariel era muy corto. “¿Todo bien por ahí?”, decía. Sami puso el dedo gordo sobre la pantalla y empezó a grabar un mensaje de audio.
—Hola mami, todo bien, salvo por el hecho de que parece que se vino el fin del mundo, y encima se cortó la luz, aunque ahora ya volvió. En cualquier momento aparecen los zombis. Está muy terrible todo.
Intercambiaron uno o dos mensajes más. Las otras dos habían desaparecido. Me pareció escuchar que subían por las escaleras. Entonces se cortó la luz de nuevo. Sami se apretó a mí.
—No te vayas —me dijo—. Seguro que enseguida vuelve la electricidad.
—¿Tenés miedo? —pregunté.
—Sólo un poco, pero prefiero no estar sola.
Recordé que cuando se cortó la luz por primera vez había tardado varios minutos en bajar, por lo que sus palabras me resultaron poco creíbles. ¿Acaso quería estar a solas conmigo? La lujuria empezaba a apoderarse de mi corazón. ¿Y si había sido ella la que me había abordado hacía un rato? Decidí comenzar un juego arriesgado. La agarré de la cintura y la atraje hacia mí, aunque lo cierto es que ya estábamos pegados uno al otro, ahora su cuerpito se apretaba aún más a mí.
La verdad era que si pudiera elegir a cuál de las tres me iba a coger, la primera en la lista sería, sin dudarlo, la putona de Valentina. Era la que me calentaba desde hacía más tiempo. Nunca olvidaría cuando la conocí, utilizando el uniforme escolar. La pollerita tableada levantada que dejaba ver sus gruesos muslos era una imagen recurrente cada vez que pensaba en ella de manera sexual. Además, me daban ganas de castigarla por todas las veces que se había comportado de manera maleducada conmigo. Le daría sus buenas nalgadas el día en el que la tuviera en mis manos.
Agos también resultaba muy tentadora, porque además de ser muy hermosa, tenía esos aires de princesa inalcanzable que me hubiese gustado traspasar. También me daba mucho morbo la posibilidad de hacerle las cosas más obscenas a alguien tan inmaculada como ella. En mis sueños la sometía a toda clase de prácticas sexuales a pesar de que ella, en principio, no quisiera hacerlas.
Pero Sami no era, ni de lejos, un simple premio consuelo al lado de sus hermanas. Al menos así lo pensaba desde que la había visto envuelta en esa toalla. Tenía una belleza totalmente diferente a las otras. Una belleza que en principio producía una inmensa ternura. Daban ganas de abrazarla y hacerle mimos, como si fuera una bebita. Pero una vez que se descubrían sus turgentes pechos y su redondo y firme culo, la excitación se mezclaba con la ternura, generando una sensación tan bella como turbia. Ahora la chiquilla apoyaba nuevamente la cabeza en mi hombro. Escuchaba su respiración. Mi mano estaba en su cintura. Sentía, a través del pullover grande que estaba usando, el cinto que ajustaba el pantalón. Si bajaba un poquito más, me encontraría con el pomposo orto que había descubierto hacía unos días.
—¿Te pasa algo? Estás más asustadiza que de costumbre —le dije.
—Más que cuando vi la cucaracha, no creo —respondió ella, y soltó una risita—. Es que… —siguió diciendo—. Estos días, me ponen un poco mal —se sinceró—. Mamá diría que ponerse así sólo por el clima es algo muy trillado, que debería ser más original con mis actitudes.
—Bueno, yo no creo que sea cuestión de actitudes, sino de sentimientos —dije, no sin notar que ya era la segunda vez que una de las chicas aprovechaba el momento de soledad que tenía conmigo para reprochar actitudes de su madre—. Quizás un día como este te retrotrae a un momento difícil que hayas vivido en un momento parecido —aventuré.
—No, no es eso. Simplemente me agarra una fuerte nostalgia, una nostalgia que casi se parece a la tristeza.
—Bueno, hoy estoy acá con vos. Así que podés contar conmigo —dije.
No pude evitar sentir que todo el erotismo que me había envuelto en ese momento, se fue disipando de a poco, hasta casi ser reemplazado por completo por la ternura que me generaba es preciosa criatura. No tardaría en darme cuenta de que esa era una magia muy común en ella.
—Hoy estás, pero ¿mañana? —largó ella, enigmáticamente.
—¿Por qué decís eso? —quise saber.
Todas las alarmas de mi interior se habían disparado. Ese comentario me hacía pensar que ella sabía de lo frágil que estaba en ese momento la relación con Mariel, lo que a su vez me indicaba que era muy probable que había sido ella la que envió las fotos.
—Sólo lo digo. Es que… las parejas de mamá no suelen durar mucho. Aunque, con algunos fue mejor que haya terminado.
Esa última frase no me la esperaba. ¿Sería que alguno de los ex de Mariel la había maltratado? ¿O había ocurrido algo aún peor? No me atreví a indagar al respecto. Si ella quisiera darme detalles, ya lo haría llegado el momento.
—Aunque termine la relación con Mariel, siempre vas a poder contar conmigo —dije, y aunque pensándolo detenidamente era una promesa muy fuerte, y quizás exagerada, la verdad es que en ese momento lo sentí así.
—¿Vas a venir corriendo cada vez que las cucarachas invadan mi cuarto? —preguntó, y ambos estallamos en risas.
A pesar de la ternura que me despertaba Sami, la calentura no había remitido del todo, ya ahora volvía con fuerza. Y teniéndola tan cerquita, y con mi mano tan cerca de sus partes íntimas, no era nada fácil lograr que mi sexo se ablandara. El sentimiento de protección que me poseía, se le mezclaba la enorme necesidad de desnudarla y penetrarla. De las tres, era la única por la que sentía cierto impulso paternal, pero ahora que a ese impulso se le sumaba la lascivia, lo que me provocaba esa chica era tan hermoso como retorcido.
—Voy a venir corriendo cada vez que necesites algo —aseguré—. Sean cucarachas, u hombres malos.
Mi mano se deslizó a través de la cintura de la chica. Si Sami movía su brazo de manera imprevista, podría notar la dureza que había entre mis piernas. Pero en ese momento poco me importaba. Agucé el oído. No había señales de las otras chicas. Habrían de estar hablando en alguno de sus cuartos. Mi mano bajó apenas unos milímetros. Una distancia ínfima, que sin embargo bastó para empezar a sentir ese redondo y erguido orto. Deslicé los dedos, apenas rozándola, de una extremo a otro, acariciando la parte superior de ambas nalgas, pasando por el inicio de la raya que las separaba. Si estuviéramos solos en la casa, a esas alturas ya no hubiera dudado de meterle mano sin miramientos y empezar a desnudarla para montarla ahí mismo, donde estábamos sentados, con todo el riesgo que eso implicaba. Pero ahora debía conformarme con esa sutil caricia, pues en caso de que alguna de sus hermanas reapareciera, sería cuestión de mover apenas la mano hacia arriba, y detener mis caricias, para simular que aún la agarraba de la cintura. Eso siempre y cuando mi erección estuviera bien oculta, cosa que esperaba que así fuera.
—Nos cruzamos en la salida de la sala de luces ¿No? —le dije.
Ella hizo silencio durante unos segundos. Un silencio que tomé por asentimiento. Si ella había sido la de las fotos, era muy probable que también fuera la que palpó mi verga. Y ahora su mutismo me instaban a pensar que estaba en lo cierto. Así que empecé a acariciar con mayor vehemencia. Aunque todavía no me animaba a meter la mano por debajo de su culo, simplemente continúe rozando la parte más cercana a la cintura.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Te tropezaste conmigo cuando salí de revisar la térmica —afirmé, aunque ya no estaba tan seguro de ello.
—No. Habrá sido alguna de las chicas —respondió, y bruscamente se puso de pie—. Voy a ver si encuentro unas velas. Se ve que esta vez la cosa va a durar más tiempo —agregó después, y acto seguido, escuché sus pasos alejarse.
—Acá traje algunas —dijo Agostina, de repente.
Sentí que mi corazón se aceleraba. Había dado por sentado que tanto Valentina como ella se encontraban arriba, pero Agos parecía haber estado en la cocina. Y no había hecho ningún ruido… Era cierto que la lluvia aún arreciaba, y tapaba muchos sonidos, pero mientras manoseaba a Sami había aguzado los oídos, prestando atención en cada cosa que ocurría a mi alrededor, y, en efecto, la mayor de las hermanas no se había hecho escuchar. ¿Nos habría estado espiando? Aunque así fuera, era poco lo que podría haber escuchado, y mucho menos lo que pudo haber visto. Pero aun aferrándome a esa suposición, un miedo frío atravesó todo mi cuerpo. Esto se debía a que Sami se había levantado justo cuando me estaba aventurando más en mi toqueteo. Era muy probable que acababa de arruinar todo.
Para meterme más miedo, una vez que Agos puso un vaso de vidrio con una vela encendida adentro, sobre la mesa ratona, ambas se metieron en la cocina, supuestamente para buscar más velas. Las escuché susurrar. Una gota de transpiración, que me pareció helada, se deslizó por mi frente. ¿Sami le estaría contando que yo le había metido mano? Me dije que no podía ser. Apenas la había rozado un poquito por debajo de la cintura. Sami era muy chica e inocente. Seguramente no se había percatado de las intenciones perversas que iban acompañadas de esas caricias. Al menos eso me repetía incansablemente, aunque claro está, no terminaba de creérmelo.
Lo peor era que ella había insinuado que una de las exparejas de Mariel le había hecho algo malo. Y ahora yo le salía con eso. Era un verdadero puerco. Pero no, yo no era un abusador. En el peor de los casos había cometido un terrible error al haber asumido que Sami había sido la que se encontró conmigo en la oscuridad. Y eso que yo mismo le había dado el menor porcentaje de probabilidades entre las tres. Pero, en fin, no me quedaba mas que esperar a ver cómo se desenvolvían las cosas.
Solo tuve que esperar unos minutos para saberlo. Sami Y Agos aparecieron con un vaso con una vela cada una. Agos colocó la suya también sobre la mesa ratona, mientras que Sami la puso encima de la mesita que estaba cerca de la escalera. Ese alejamiento me hizo temer lo peor. Cuando volvió, temía que fuera a sentarse a otro sitio. Sin embargo, a pesar de que Valentina había dejado el sofá grande libre, la rubiecita volvió a mi lado. El alma regresó a mi cuerpo. Puse mi mano en su cintura, y ella se arrimó a mí. Esta vez no apoyó su cabeza, pero no importaba, con que estuviera cerca de mí me bastaba para no sentirme perseguido. Si se hubiera sentido incómoda por lo que acababa de suceder, seguramente se habría mantenido alejada de mí. Pero ahora me asaltaba otra duda ¿Se había dado cuenta de lo que había hecho? Si lo había hecho, y además había vuelto a mis brazos, ahora el veinte por ciento de probabilidades que le había dado, saltaba hasta el ochenta por ciento.
—¿Te diste cuenta? —dijo Agos—. Ahora ni siquiera hay conexión de internet.
—Qué porquería —dijo Sami.
—Bueno, ya volverá. De todas formas, ya le avisamos a Mariel que estamos todos bien. Ese era el único mensaje urgente que teníamos que mandar —dije.
—Decíselo a Valu. En cuestión de minutos va a enloquecer cuando no pueda usar su celular —afirmó Agos, que estando apenas iluminada por la tenue luz que alcanzaba su figura, parecía estar rodeada de misterios.
—¿Qué pasa conmigo? —dijo Valentina, bajando de la escalera— ¡La puta madre! ¿para qué carajos tuve que usar la linterna? Ahora sí que me quedé sin batería.
—De todas formas, no hay internet —le informó Sami.
—De repente estamos en la jungla —se quejó Valentina.
—Qué exagerada —se rió Agos.
—Tal vez lo sea. Pero no puedo estar así. Mas vale que hagamos algo para pasar el rato.
Valentina se desplomó en el sofá, como si estuviera increíblemente agotada. Afuera, el viento parecía estar silbando. La luz de la vela alcanzaba a iluminarla lo suficiente como para que yo pudiera ver cómo se movían sus tetas después del brusco movimiento.
—Volvieron los globos —comentó Agos.
Como respuesta Valentina agarró sus tetas y las sacudió, haciendo que me quedara mirando el gesto, casi hipnotizado. Me pareció notar que Sami me estaba clavando la mirada mientras estaba idiotizado por las enormes tetas de su hermana. Así que me hice el tonto y miré para otra parte.
Era increíble, pero apenas habían pasado un par de horas desde que todo se desmadró. El tiempo corría muy lentamente en ese bizarro fin de semana, que aún tenía muchas sorpresas para mí.
Continuará…
Una respuesta
-
Stop jerk off. I know a site where thousands of single girls are waiting to be fucked. Look at them: http://xnice.fun/rt
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.