
Por
Anónimo
Me hice la inocente… y terminé de rodillas”
Siempre fui buena fingiendo… Jugando a la tímida, a la que no sabía lo que quería. Pero esa noche, él me miró fijo y me dijo Siempre le coqueteaba. Miradas. Mensajes sueltos. Caritas calientes. Me hacía la inocente… pero él sabía.
Una noche me invitó a su departamento. Fui con ropa apretada y sin ropa interior. Sabía lo que iba a pasar. Y lo deseaba.
Me abrió la puerta sin decir palabra. Solo me agarró de la nuca y me besó como si fuera suya.
Hacete la tímida ahora… Arrodillate.
Y lo hice. Sin pensar. Sin decir nada. Me bajó el pantalón, y él ya estaba duro… ansioso… listo.
Usá la boca, pero sin tocarte. Si te tocas… te dejo caliente.
Empecé a chupársela lento. Lengua húmeda. Mirada arriba. Babeando toda. Él me agarraba del pelo, me guiaba.
Sos mía ahora, ¿entendiste?
Me la metió toda. Me hizo toser. Me dio nalgadas. Me agarró de la mandíbula con fuerza.
Ahora ponete en cuatro. Quiero ver cómo gemís mientras te lo doy…
Me penetró sin avisar. Firme. Cada embestida me arrancaba un gemido. No me tocaba, pero igual me mojaba.
¿Te gusta así, traviesa? Sí, sí… ¡más fuerte!
Terminó adentro mío, con un gemido grave que me hizo temblar. Me dejó tirada en la alfombra, jadeando.
La inocente ya no existe. Ahora sos toda mía.
Y yo… solo quería que me lo hiciera otra vez.
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